SEXO AL PORMAYORK

Somos Nola Meto, Ivan Siete, Manolo Cata y Sinxa Cala. Estamos a tu disoposición para hablar de esa infección de la que todos somos portadores y, a veces, hasta beneficiarios

Más dolor de cabeza. Por Manolo Cata

Mis queridas comunicantes, Aries y Zamorana. Debo agradecerles, para empezar, el honor que me hacen de leer mis escritos torpes y masculinos (viene a ser sinónimo uno de lo otro) en este modesto blog. Dicho esto, hago frente a mi débito literario con ustedes, ya que al no conocerlas no puedo contraer ningún otro débito. Más quisiera.

Querida Aries. Que yo sea simple es algo tan evidente que ya lo daba por sabido y conocido por cualquier persona  que lea estas líneas. Ni me molesto en ocultarlo, ya que sería doblemente torpe en mi torpeza. Todos los hombres los somos, razón por la que nos comemos nuestro deseo con papatas cada vez que oímos lo de «me duele la cabeza». ¿Qué otro ser vivo de sangre caliente, fría o mediopensionista  iba a ser capaz de tragarse semejante bola y quedarse a dos velas noche tras noche, mes tras mes y año tras año? Los hombres somos como niños y tan capaces de excitarnos con la visión de un simple canalillo femenino, como de frenarnos en seco ante semejante patraña de apariencia científica. Creer en los dolores de cabeza es como creer en los Reyes Magos: un atraso, una fantasía y una puerilidad. Pero, ¿no es cierto que también se vive de fantasía? ¿Qué las noches de Reyes son emocionantes? Pues eso, que si las señoras necesitan zafarse de nuestro peso físico inventándose un cuadro clínico infalible, benditas ellas. Yo, en realidad, sospecho que desean que venga a tratarlas de sus migrañas e l doctor House, aunque ese es otro tema. También advierto que entre dolores de cabezza y carruseles deportivos, en este país se viene follando cada vez menos y eso, querida amiga, es una pena.

Estimada Zamorana. No se corte usted. Dele en la cresta. Si a usted le produce vergüenza intelectual recurrir al manido dolor de cabeza para no cohabitar con su pareja, dígale a él que le huele el aliento, que tiene los pies fríos o que no soporta sus pedos de madrugada. Cosas tajantes que dejen claro que la cama es un mundo pero tiene fronteras como las que ponen en Melilla para que los marroquíes hagan salto con pértiga. La vida es dura y un polvo se lo lleva el viento. Sea usted franca, directa e indiscutible. Los hombres tenemos malas entendederas para los circunloquios, las metáforas y las indirectas. No es no. Y se acabó.

Suyo afectísimo: Manolo.

Dolor de cabeza. Por Manolo Cata

Después de la patada en los huevos o similares, el dolor de cabeza ha sido uno de los mejores y más perversos inventos para cargarse las relaciones humanas. Las sexuales especialmente. «Me duele la cabeza» es un grito de guerra de echa por tierra cualquier acercamiento precoital, cualquier magreo con intención, cualquier ósculo en ángulo obtuso. «Me duele la cabeza» es el bombero que sofoca las llamas de cualquier pasión, el enterrador que sepulta los restos mortales de cualquier polvo eres y en polvo te convertirás, el forense que abre en canal nuestro deseo. Cuando los hombres no queremos follar nos vamos al fútbol, al bar o al gimnasio. Es mucho más caro, más incómodo y mucho más arriesgado que decir simplemente: me duele la cabeza. Si a un hombre le duele la cabeza a la hora de hacérselo con su chica, no será creíble. Aunque se haya caido de un séptimo piso, no será creíble. Si ella dice que le duele la cabeza, no hay más que discutir, ya que si lo haces, si pones en duda tan grave dolencia, serás tildado de cabrón, desconsiderado, obseso sexual y machista agresor. Si la cabeza te duele a ti, dirán que todo son disculpas, te contestarán que habéis asado del coito anal al coito anual y dirán que bien que les miras las tetas y el culo a todas las demás tías que pasan por la calle. (Lo cual es casi siempre cierto con dolor o sin dolor de cabeza).

Y entiendo que un atleta no pueda correr los cien metros lisos si le duelen las piernas porque, que yo sepa, se corre con las piernas. Que un nadador no pueda nadar porque tiene dolor de brazos ya que, que yo sepa, se nada con los brazos. Lo que no entiendo es por qué el dolor de cabeza impide follar ya que, que yo sepa, no se folla con la cabeza sino cn casi todas las partes del cuerpo que no estén en la cabeza. Y para follar, además, hay que pensar bastante poco, de manera que la actividad celebral derivada de tan gozosa actividad no aumentará el dolor de cabeza. Es más: da más dolor de cabeza buscar con quien hacerlo, que hacerlo en sí. Así que no me vale.

¿Por qué no dicen que les duelen las rodillas, el sobaco, las ingles o la rabadilla? 

Digo yo. A mi que me lo expliquen

Olor. Por Nola Meto

De boca, de sobacos,de ropa, de entrepierna. El olor de los tios me puede. Me puede hacer caer las bragas a la primera de cambio, o hacer que me encierre en casa y valore ser monja de clausura renunciando para siempre al trato carnal. Me ofenden tanto los tipos que no se lavan desde el desembarco de Normandía, como esos que se sumergen en varon dandy, brummel o similar hasta colocar a su interlocutora al borde de la anestesia o un coma cosmético. El olor es el espejo del alma. Los tios que no huelen a nada no suelen tener espíritu. Los que huelen mal son unos cerdos que aún piensan que a las tias nos gustan los cazadores de osos tipo Jeremías Jonhson. Los que huelen demasiado bien son como esos niños repeinados por su mamá camino del colegio. Los que huelen mal y lo tapan con colonia, no tienen perdón de Dior ni de Dios.

Porque una cosa es un polvete improvisado de sudor fresco tras una carrerita matinal, y otra cosa es meterse bajo el edredón con una mofeta que lleva en su piel más capas de roña, olor y sudor añejo que el abuelo del que tenía una mercería en Atapuerca. El que quiera sexo que se moje el culo y lo demás. A ser posible con un buen gel. Yo, mientras tanto, sigo en secano.

A ver… esta semana. Por Sinxa Cala

Me la pegó. Yo estaba dispuesta a darle hasta en el cielo de la boca. Arriba y abajo. Adentro y afuera. Pero él, un memo de tres pares de cojones, guapo y memo a partes intratablemente desiguales, me dijo «a ver… esta semana». ¿De qué vas chaval? ¿Qué te pica y no rascas? Yo que soy capaz de desayunar morros y cenar huevos de corral, de dejar los toros por las corridas y de poneros a todos en lista de espera mientras viajo en mi bicicleta sin sillín, he tenido que aguantar tu desplante flojo, sudado y medio marica. «A ver esta semana». A ver al cine,  melón, majadero, impotente, tuercebotas, matasietes, infantiloide. ¿Qué te habrás creído?

Salmantina ella. Por Manolo Cata

Mi apreciada comunicante.

Es para mi un enorme placer (intelectual, claro está), recibir su amable post, lleno de insinuaciones tan platerescas como la fachada de la helmántica universidad junto a la que usted habita. Si su tanga de usted estuviera más cerca  ya intentaría yo con todas mis artes (escasas por lo demás), hacer bueno el dicho de que uno ve mejor la tanga en el ojo ajeno que la paja en el propio. Mi precario estado sexual, agravado por la ingesta masiva de alcohol en más ocasiones de las que debiera, hacen que su proposición sea tentadora aunque arriesgada. Las gentes en mi estado tenemos en ocasiones un desastroso control de esfínteres y conductos adjuntos, de manera que podemos hacer el ridículo muy a nuestro pesar metidos en faenas carnales de tierna memoria.

Admito en todo caso el honor que usted me hace con su post y demás prendas que a buen seguro la adornan, y hace que, además, me vea yo más optimista ante el trato con el  sexo femenino de lo que estaba al escribir mi anterior comentario.

Espero sus noticias. Suyo afectísimo y algo excitado: Manolo Cata.

¿Por qué ellas no quieren? Por Manolo Cata

Ellas nunca quieren. Al menos conmigo. ¿Que calienta a las señoras? ¿Qué templa sus resortes? ¿Qué lubrica sus engranajes? ¿La belleza? ¿La simpatía? ¿La lealtad? ¿La burrez? Ser hombre ya no es lo que era y uno ya no es el hombre que era, claro está. Sin embargo ellas siempre son las mujeres que eran. Las que se escondían en la cueva durante la Prehistoria. Las que usaban cinturón de castidad en el medievo. Las que llevaban fajas, roquetes y miriñaques en los siglos románticos. Y ahora, aunque lleven tanga y veamos ese delicioso fin de fiesta vertebral cada vez que se agachan, ellas siguen siendo ellas y nunca quieren. Y si quieren, yo nunca estoy para verlo.

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